Sandoval le explica a Benjamín Espósito que una persona puede cambiar de cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios, pero hay algo que no puede cambiar: no puede cambiar de pasión.
La escena es conocida, pertenece a El secreto de sus ojos, la película argentina dirigida por Juan José Campanella que ganó el Oscar en 2010. Sandoval es interpretado por Francella y Espósito, por Darín. La escena en cuestión la pueden ver acá.
Mientras miraba Boca – River (soy de Boca, así que desde ayer no se me borra la sonrisa de la cara) me preguntaba por qué sufro tanto con un partido de fútbol. Qué fibra toca, qué se activa para que grite un gol hasta quedarme sin voz, para sentir que el corazón se me sale del pecho cuando hay una jugada peligrosa en el área de Boca, para que sufra los 90 minutos y sienta un alivio reparador cuando el partido termina y mi equipo amado venció a su eterno rival.
Hablamos con mi hermana sobre el momento en que nos hicimos de Boca. No lo recordamos, no lo podemos identificar. No es que un día decidimos ser hinchas. Es algo que nos vino impuesto, heredado, pero lo hicimos carne. Es un amor incondicional que no se puede explicar. Y es hermoso.
Busqué vagamente si hay investigaciones que expliquen esto y encontré que en una universidad de Portugal analizaron a un grupo de fanáticos de clubes locales y comprobaron que cuando gana su equipo aumentan los niveles de dopamina, un neurotransmisor asociado al placer, la felicidad y la recompensa. A su vez, científicos del Laboratorio Nacional de Álamos (Nueva México), concluyeron que, como el fútbol es un deporte prácticamente impredecible, genera sentimientos de euforia y nerviosismo y puede ser causa de estrés.
Según la neurociencia afectiva, que estudia los mecanismos neurológicos de las emociones, algunas experiencias vinculadas a lo deportivo activan ciertas áreas del cerebro y liberan las llamadas hormonas de la felicidad, como la ya mencionada dopamina, oxitocina, endorfinas y serotonina. No soy una experta (ni cerca) pero me cierra por todos lados. Compro esa teoría. Porque, ¿cómo se explica, entonces, que hayamos sido tan felices cuando ganamos el campeonato del mundo en Qatar?
Sí quieren algo más de sustento, esta nota de 2021 resume algunas conclusiones de diferentes estudios vinculados al amor que podemos llegar a sentir por un equipo deportivo.
¿Qué estoy leyendo?
Hace un par de días empecé a leer La llamada, el último libro de ME PONGO DE PIE Leila Guerriero. En varias oportunidades escribí que la admiro profundamente por su capacidad de observación y por la perfección de su narrativa. Siempre hace una descripción exquisita, elige la palabra justa. Un ejemplo azaroso:
“…parece sumergida en la atmósfera repleta de oxígeno que reverbera al borde de las piscinas. La piel caramelizada, el físico apretado, el pelo muy largo, tiene el aspecto de alguien que podría formar parte de un escuadrón letal en una película de Tarantino, capaz de dar tres vueltas en el aire y descuartizar a su oponente con una catana o clavarle un shuriken en la frente. Sin embargo, tiene aversión a las armas”. (La llamada, página 62)
La llamada es un retrato de Silvia Labayru, una mujer que estuvo detenida en la ESMA durante la última dictadura cívico-militar. Perteneciente a una familia compuesta por muchos militares y con una cómoda situación económica, Silvia estudió en el Nacional Buenos Aires y, años más tarde, se unió a Montoneros. Cuando la secuestraron, tenía 20 años y estaba embarazada de 5 meses. Su hija nació en cautiverio y días más tarde fue entregada a los abuelos. En la ESMA no solo fue torturada, violada, esclavizada; también la forzaron a hacerse pasar como hermana de Alfredo Astiz cuando “el niño” se infiltró en la agrupación de las Madres de Plaza de Mayo. Sobrevivió. Pero no fue un final feliz (como si después de todo ese horror existieran los finales felices). Cuando fue liberada y se exilió en España, aquella participación, que derivó en el secuestro y desaparición de tres Madres y dos monjas francesas, le valió el repudio de otros exiliados, también montoneros, que la acusaron de traidora. Muchos años después, en 2021, Silvia testificó en el juicio contra Jorge “el tigre” Acosta, uno de sus violadores, que fue condenado a 24 años de prisión por violación, un delito por el que hasta ese momento no habían juzgado a los militares.
La llamada a la que hace referencia el título habría sido el porqué de su salvación. Durante 2 años (casi toda la pandemia), Leila habla con Silvia, con sus amigos, con su pareja actual, con ex parejas, con compañeras que estuvieron secuestradas junto a ella en la ESMA, con sus hijos. Así logra armar el retrato de una historia de vida compleja, abrumadora y fascinante. Por momentos me destruye leerlo, por momentos finjo demencia y pienso que no puede ser cierto todo lo que pasó (aunque tristemente sé que fue cierto). Estoy todo el tiempo pensando en tener un ratito para leer y cuando empiezo, no puedo parar.
Recomiendo cualquier cosa que escriba Leila, así sean sobrecitos de azúcar.
¿Qué estoy mirando?
No soporto más la esclavitud de las series. Creo que de tanto consumir contenidos en plataformas ya nada me sorprende. Este año me propuse ver solo miniseries. Historias que empiezan y terminan; nada de esperar un año para la siguiente temporada porque, cuando esa temporada llega, ya ni me acuerdo de qué se trataba porque en el medio vi 15 series más.
Ahora estoy viendo Bebé Reno y es espectacular. Si me decís “basado en hechos reales”, me comprás y si, encima, es una creación británica, sumás puntos extras. En IMDB tiene 8.2 de puntaje.
Donny quiere ser comediante y mientras lo intenta, con muy poca suerte, atiende un bar. Hasta ahí, nada novedoso. Pero, un día, Martha entra albar, con mucha tristeza en el rostro. Donny le regala un té y, ese gesto simple y humano, es el principio de una historia que se va oscureciendo capítulo a capítulo. Richard Gadd es el guionista, director y protagonista de esta miniserie. Y Bebé Reno es su propia historia, en la que cuenta cómo fue hostigado, acosado, abusado y lo difícil que le resultó denunciar esta situación y cortar con todo un círculo que lo dejó en una situación de extrema vulnerabilidad. Entiendo que contar esto tan abiertamente no debe haber sido fácil, pero de alguna manera lo habrá ayudado a sanar.
Son solo 7 capítulos de 30 minutos aproximadamente. Buen guión, buenas actuaciones, excelente estética y fotografía. Si bien se ve de corrido, no es para nada amable con el espectador, así que sugiero verla un día que estés fuerte emocionalmente. Se puede ver en Netflix.
Acepto recomendaciones de miniseries y cualquier comentario que quieran hacerme. Uff, escribí un montón hoy. Gracias por estar ahí. ¡Hasta la próxima!